On 31 ene 2009 0 Comentarios

Se mascaba la tragedia y parecía que el ansiado gol no llegaría nunca, pero como en los buenos cuentos, como en las grandes historias, lo mejor estaba reservado para el final. Los levantinos se adelantaban en el marcador cuando aún había cientos de espectadores acomodándose en sus butacas, Carlos Marchena de certero cabezazo perforaba las ilusiones sevillistas. El argumento a partir de ahí estaba claro, los visitantes a perder tiempo e intentar que el partido se trabara y los locales a por la hombrada.

El ímpetu sevillista se veía contrarestado por la mezquindad de unos valencianos que hacían de cada salida del balón por línea de fondo, de cada saque de banda o de cada falta a favor un eterno latigazo en el cronómetro. Mientras tanto los gladiadores sevillanos hicieron gala de aquello de lo que durante muchos partidos en esta temporada habían adolecido: amor propio y agallas. El bombardeo al área ché se hizo constante a la par que ineficaz... hasta que el reloj se paró allá por el minuto 89.

Rememorando épocas pasadas ante rivales pamplonicas o germanos, el arco enemigo saltaba por los aires empujado por miles de gargantas sevillistas que cantaban al unísono celebrando un gol... el gol. Ese tanto que ponía a los de Jiménez a un paso de otra semifinal, pero los pocos minutos a descontar que separaban el éxito del fracaso se prometían más intensos aún si cabe. Todo se quedó en una promesa, un Valencia extasiado por el derroche físico en contener los envites andaluces tiraba la toalla antes de tiempo poniendo una amplia sonrisa en el corazón de todos los palanganas.

La continuación, el próximo miércoles 4 a las 21:00 de nuevo en La Fábrica de Sueños de Nervión.

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