Sobra mencionar que el Sevilla este quinto a dos puntos del tercero en Liga, segundo empatados a puntos con el primero en Uefa Cup, y estemos hablando ya sin temor de una crisis en toda regla. Analizados así fríamente todos deben sentirse orgullosos del crecimiento desmesurado de la entidad, aquellos que vieron la camiseta sevillista en el barro de Ipurúa o en el inhóspito Leganés deberían andar frotándose los ojos ante la nueva realidad que se despliega ante sí.

Pero vivimos en el presente y hoy el Sevilla no es ese equipo, nada tiene que ver. La nueva hecatombe vivida en Lieja hace que reaparezcan los fantasmas del pasado... y no es para menos. El baño, sobre todo físico, que el conjunto local propinó a los muchachos de Jiménez en la primera parte fue un golpe seco al estómago que dejó sin respiración a los andaluces. Ahí murió el partido, la segunda parte fue un quiero y no puedo propiciado por el bajón que sin duda dieron los belgas.

Un pasito o dos atrás que hicieron tomar la manija a los que ayer vestían de azul. El lento, cansino y hasta amargante ritmo de los dos medios centros (Maresca y Romaric) hacían de cada ataque un pesado sufrimiento fácil de contrarrestar para un Standard bien puesto en su propio campo. Podríamos hablar de lo desasistido que estuvo Luis Fabiano arriba o el buen papel de Navas y Palop, pero debemos detenernos en este apartado, el medio del campo. ¿Qué fue de la velocidad, de esos tres toques que montaban un ataque, de la llegada rápida del balón a los extremos... velocidad en la pelota?

Mucho se hablaba hace bien poco de la necesidad de reforzarse con un delantero en el mercado invernal. Craso error puesto que esto se verá solucionado con la próxima recuperación de los lesionados. El mayor desembolso, la mayor apuesta tendría que llegar por un medio centro físico, sobre todo físico, que acompañe bien a Maresca, bien a Renato o a Romaric. Deberían plantárselo seriamente en la Dirección Deportiva ya que tan sólo Duscher se acerca mínimamente a este apartado.