El primer año de Daniel Alves en el Sevilla no fue fácil, llegaba de un modesto club de Bahía del que nadie había oído hablar nunca. Aterrizaba en San Pablo un escuálido morenito de pelo ensortijado y que lucía en la sonrisa unos juveniles aparatos dentales. Aquel niño de 19 años lo miraba todo con los ojos abiertos como platos, para el todo era nuevo ya que había conseguido uno de sus sueños, aquello que tanto había deseado... jugar en Europa.

Pero como decimos, los inicios fueron complicados para el pequeño Dani. Jugar en un fútbol tan distinto al suyo le pasó factura y los rivales siempre le ponían en más de un aprieto, la grada del Sánchez-Pizjuán no lo veía claro. Ni tenía el físico, ni la calidad, ni sabía defender. Joaquín Caparros le daba minutos casi siempre, fuera donde fuera, incluso en el extremo izquierdo del ataque. Casualidades de la vida sería desde justo la otra banda y en el extremo opuesto del campo desde donde se estaba forjando un crack.

La primera Feria de Abril para Alves también ocultaba muchas sorpresas. Desde hace años, todos los miércoles, el Sevilla Fútbol Club almuerza en pleno en la caseta de la Peña Sevillista Puerta Carmona, una tradición. Sucedió que el guarida de seguridad de dicha caseta negó la entrada al joven Daniel, ni le conocía y pensó que era un gitano más de los que frecuentan El Real con la intención de vender su mercancía. Esta anécdota tuvo lugar a escasos metros del que les habla, imposible evitar la carcajada.

El pasado martes Alves... bueno ya Don Daniel Alves puso punto y final a su etapa como sevillista, como sevillano. El Sevilla le ha dado todo lo que es, y por eso al contrario que algunos otros mal nacidos, el mejor lateral derecho del globo se fue con lágrimas en los ojos, recordando quien era cuando vino y quien es cuando se va. De la mano, Daniel y el Sevilla, han llegado a lo más alto, atrás quedan cinco títulos, muchas alegrías y alguna que otra tristeza. Uno de los más grandes de nuestra centenaria historia se ha marchado, recordemosle como tal.