Hay que hacerse a la idea: Romaric seguirá esta temporada en el equipo. La estrategia de lavado de imagen empezó algunas semanas atrás. El muchacho redujo sensiblemente sus vacaciones, entrena hasta en los días de descanso y tan solo llegó con un par de kilos o tres por encima de lo previsto. Arrepentidos los quiere Dios. Todo esto nos conduce a una conclusión optimista. En estos tiempos de cambio climático, amenazas nucleares, donde es probable que un día el mar se trague la tierra, estalle el planeta y todos nos convirtamos en polvo cósmico, siempre sabremos que Romaric continuará en el Sevilla FC. No hay de que preocuparse.

Mientras tanto, resulta que el Sevilla que propone Antonio Álvarez es bien distinto al de las últimas ediciones. La aspiración debe ser otra. No pasar agobios para entrar entre los cuatro primeros, superar los octavos en Liga de Campeones y divertirse en la Copa. Pero, sobre todo, que la pelota ruede con cierto criterio sobre el césped y que el uso del puente aéreo se convierta en una mera anécdota. Una dura tarea para el de Marchena, desconocemos que estrategia seguirá para desactivar las anteriores directrices y afianzar las suyas. Apuesto lo que haga falta a que la mayoría de los jugadores todavía siguen oyendo en su interior esa vocecita que dice algo así como: “Todos atrás, faltas tácticas en el centro del campo y pelotazos al área contraria a ver si cae algún rebote”.

Esto se nota en las tertulias, donde siempre acaba saliendo aquello de que lo importante es ganar. Acto seguido siempre hay alguno que añade: “Pero también hay que saber saborear el trabajo de una buena defensa”. Ya estamos con lo mismo. Está claro que lo ideal sería una escuadra capaz de montar una muralla y asaltar simultáneamente la del contrario. La gente dirá lo que quiera. Pero entre la responsabilidad y la locura, uno se queda con la locura, de toda la vida.